Los apodos abundan en el hampa mexicana
Por MARK STEVENSON/AP
México DF. Si hay algo que le sobra al hampa mexicana son los apodos. Cuando la policía de la capital mexicana acusó de secuestro y asesinato a una peligrosa banda, puso a la sombra a “El salivotas”, “El güero”, “El enano”, “El duende”, “El cejas” y “El tamalón”. La única mujer de esa banda se llamaba Dulce María.
Al igual que la mayoría de los latinoamericanos, los mexicanos suelen usar apodos. “Gordo” es considerado un término afectivo. Pero los alias de los delincuentes que llenan los documentos policiales son tan extravagantes como coloridos.
“Winnie Pooh” era el sobrenombre de Oscar Guerrero Silva, un ejecutor de los carteles del narcotráfico. Todo lo contrario que el popular osito de cuentos infantiles, pertenecía a una banda de desertores del ejército que trabajaban para los narcos. Su especialidad -antes de morir de un balazo en la cabeza en febrero en lo que parece haber sido un suicidio- era liquidar enemigos que hubiesen salido de la cárcel.
¿Y “El cachorro”? Ese mecánico de la capital mexicana supuestamente se especializaba en secuestro y abuso de mujeres jóvenes.
Una banda de los tugurios del norte de México, integrada mayormente por hombres, se hacía llamar “Las carmelitas” por su jefa, Carmela.
Muchos sospechan que los policías y los reporteros policiales estimulan, colorean y aun inventan algunos de los apodos más llamativos.
Cuando los informes policiales enumeran varios alias por sospechoso, la prensa y el público suelen destacar el de mayor impacto.
“Si uno quiere publicar una noticia policial en primera plana, tiene que conseguir un apodo llamativo, y si el sospechoso no tiene ninguno, hay que buscárselo”, dijo Paco Ignacio Taibo II, que escribe novelas policiales.
Algunas bandas casi seguramente recibieron sus apodos por el público, la prensa y la policía, como las dos bandas de secuestradores más famosas de los años 90: “Los Mochaorejas” y “Los Mochadedos”, que se caracterizaban por esas escalofriantes características.
Los periodistas dicen que no inventan sobrenombres sino que provienen espontáneamente de los vecindarios más violentos y marginados de la sociedad mexicana.
“La gente en algunos de estos barrios es más conocida por sus apodos que por sus nombres verdaderos”, dice Celeste Sáenz, secretaria general del Club de Prensa de México. “Los sobrenombres les dan cierto estatus, cierto sentido de pertenencia a un grupo”.
Los fiscales federales admiten que recopilan todos los alias que pueden en los informes policiales, pero solamente para poder identificar y localizar a los sospechosos que puedan usar varias caracterizaciones.
Sin embargo el abogado Américo Delgado, que ha defendido a algunos de los sospechosos narcos más notorios, sostiene que la policía a veces trata de endilgar etiquetas a sus clientes -como por ejemplo “El señor de las metanfetaminas”- para hacerlos parecer culpables.
“Entonces, aunque sean absueltos, les quedan esas etiquetas”, dice Delgado. “Alguna gente sigue hablando de ellos como ‘los señores de la droga absuelto’”.
Según Taibo, la fascinación del público con los apodos de los delincuentes data de por lo menos los años 20, cuando hampones con sobrenombres como “La gorra negra” rondaban por la capital. Pero aun entonces, aun los peores bandidos eran conocidos con motes inocuos como “La banda de automóvil gris”.
Para los años 80, las guerras del narcotráfico y el influjo de las importaciones culturales -desde películas estadounidenses hasta vídeos de kung fu- dieron origen a una extraña nueva nomenclatura, dice Sáenz.
Los alias se hicieron más rimbombantes como “El señor de los cielos” para un traficante que transportaba por avión cargas de cocaína a Estados Unidos.
Las películas parecen haber ejercido fuerte influencia, indica Luis Astorga, investigador sobre sociología del delito en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Una ama de casa regordeta que supuestamente dominaba el narcotráfico en un suburbio áspero de la capital tenía una banda que se hacía llamar “Ma Baker”.
“Estoy seguro de que vieron una copia pirateada de una película estadounidense sobre Ma Barker y supusieron que era un buen apodo”, sostiene Astorga. “Sólo que no deletrearon bien el nombre”.
Lo mismo parece aplicarse al diminuto ladrón de bancos conocido como “El Chuky”, en alusión al muñeco asesino Chucky de la película de horror Child's Play de 1988.
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